Las pasadas elecciones europeas han resultado tan patéticas como las campañas electorales llevadas a cabo por los dos grandes partidos que se reparten la mayoría de los diputados tanto en el congreso como en la eurocámara, ¿para cuándo una nueva forma de trasladar a los escaños la voluntad de los ciudadanos que deje la miserable Ley d´Hondt en las páginas de los libros?. Patético ha sido también el resultado obtenido tanto por el PP como por el PSOE, ya que ninguno puede sentirse satisfecho cuando la participación no ha llegado siquiera a acercarse al 50%. Hoy escuchamos al partido de la oposición envalentonado por el resultado de los comicios, hablan de someter al actual gobierno a la confianza de la cámara baja e incluso alguno de sus miembros ha llegado a pronunciar la palabra elecciones. El partido del gobierno por su parte hace autocrítica, nos dicen que captan la ¿indirecta? y que se ponen manos a la obra para recuperar la confianza perdida.
Con una abstención tan elevada no se pueden sacar conclusiones aclaratorias acerca del mapa político español ni mucho menos extrapolar los resultados a unas supuestas elecciones generales. Además, conviene recordar que depositamos la confianza en el PSOE por una legislatura, y es al final de ésta cuando hay que ajustar cuentas y valorar. Nadie pensará que con la que ha caído este último año y sin atisbar con certeza donde acaba la crisis en la que están inmersas todas, repito, todas las economías mundiales, el gobierno va a convocar elecciones anticipadas.
El PP ha ganado estas elecciones, pero hay una serie de claves que a nadie se le escapan y que ayudan a entender el revolcón socialista.
El votante español, a las cifras históricas de participación me remito, ni entiende qué es eso de Europa, realmente nunca nos lo han explicado muy bien, ni lo ve como algo suyo o que influya en su día a día. Esto explica, junto con el hastío provocado por una campaña electoral barriobajera y bochornosa, la elevada abstención en estos comicios.
El votante conservador, movido por una fobia inherente a todo aquello que huela a socialismo o progresismo, vota siempre. Y, ante la ausencia de otro partido que ocupe un espacio en el el centro derecha español, vota al PP. Esto se puede entender como fidelidad, pero también como escasa exigencia con sus líderes. El votante del PSOE, sin embargo, se comporta con una mayor exigencia y cuando la ejecutiva socialista se aleja de aquellos valores que dan nombre al partido: Socialista y Obrero, no dudan en mostrar su disconformidad mudando su voto hacia otros partidos de izquierda o ni siquiera depositándolo en la urna.
De esta forma tenemos un partido de la oposición con resaca de victoria y un partido triste en un gobierno triste que ha perdido la inercia de los anteriores cuatro años y se dedica a flirtear con políticas que no reflejan aquello que sus votante esperamos de él.
Confiemos en que esta vez la autocrítica funcione y en estos tres años de legislatura que quedan vuelvan a recuperar esos valores Socialistas y Obreros que sus votantes desencantados esperamos ver reflejados en su política nacional.
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