lunes, 30 de agosto de 2010

SETENTA Y DOS EN TAMAULIPAS

La tragedia ocurrida en el estado mexicano de Tamaulipas la semana pasada debería hacernos reflexionar, aunque sólo fuera un momento, sobre la condición humana. ¿Cómo es posible que la humanidad haya llegado a semejantes niveles de miseria?
Setenta y dos inmigrantes que, forzados por la miseria de un futuro inexistente en sus países de origen, se aventuraron a meses de penurias atravesando parte del continente americano e hipotecaron gran parte de sus vidas poniéndose en manos de modernos traficantes de esclavos que les ayudarían a llegar a la frontera de EEUU para intentar cruzarla y buscar el aún llamado “sueño americano”.
Setenta y dos vidas, setenta y dos sueños que fueron asesinados vilmente, atados de pies y manos y ajusticiados por integrantes de uno de los cárteles de la droga que controlan el crimen organizado en México. La razón para acabar con sus vidas fue que ni tenían dinero para pagarles ni aceptaron trabajar para ellos, sino que simplemente querían continuar su viaje. Un solo superviviente, que consiguió engañar a sus verdugos haciéndoles creer que había muerto, puso en alerta a las autoridades mexicanas y relató los hechos acaecidos en la granja en la que yacían los cuerpos de sus setenta y dos compañeros.
Setenta y dos seres humanos; padres, madres, abuelos y abuelas, hijos e hijas, a las que aún no se ha puesto nombre pero que todos tendrán seguro alguien que les llorará allí de donde partieron.
¿Qué impulsó a los asesinos a apretar el gatillo y acabar con sus vidas? Esa pobre gente sólo pretendía buscar una vida mejor. No buscaban seguro problemas, pues gran parte del éxito de su aventura radicaba en el sigilo y en no llamar la atención. ¿Qué podían sacar de los bolsillos de aquellos que llevaban meses deambulando por caminos de Centroamérica? Uno llega a la conclusión que lo hicieron por divertimento, simplemente por pasar el rato y dar rienda suelta a su barbarie. Y es aquí donde deberíamos reflexionar acerca de qué mundo estamos creando, un mundo donde la vida humana cada vez vale menos y donde lo peor de la miseria no es ésta en sí misma, sino aquellos que tratarán de aprovecharse de ella. Porque aquí todos tienen su parte de culpa. En América, de río grande para abajo se da una sucesión de países con ingentes riquezas naturales en los que más de la mitad de la población vive en paupérrimas condiciones. ¿Dónde está la plata? Poco ha cambiado desde los tiempos en que Potosí fue expoliado por los españoles. La miseria inducida por las grandes corporaciones que explotan el suelo americano genera mayor miseria aún y la desesperanzada población busca una salida que piensan no puede ser peor que aquello que les rodea allá donde viven. Aquí entran en juego los modernos traficantes de esclavos que organizan auténticas migraciones clandestinas para proporcionar mano de obra barata al primer mundo. Una vez allí y tras caer en las manos de aquellos que reclamarán también su parte del pastel cobrando un peaje, y si tienen la fortuna de que no tengan el gatillo fácil; llegarán a la frontera donde las patrullas ciudadanas tratarán por todos los medios de evitar que lleguen a EEUU. Un país donde paradójicamente esa mano de obra es recibida con los brazos abiertos, ya que son empleados en condiciones muy inferiores a las de los residentes, lo que genera recelos en parte de la población local que, alentados por políticos y determinados medios de opinión, les ven como si les estuvieran quitando el trabajo. Todo esto acaba derivando hacia el populismo en las carreras electorales y a la promulgación de leyes con claros tintes xenófobos.
Así que la miseria en su país se acaba convirtiendo tras meses de penurias y esquivando la muerte en no pocas ocasiones en la “pesadilla americana”, que en algunos casos, como tristemente sucede en el condado de Maricopa (Arizona) acaba con un traje a rayas de escarnio público y bajo las botas del ignominioso Sheriff Arpaio.