lunes, 18 de julio de 2011

SETENTA Y CINCO AÑOS DE MENTIRAS

Para todos aquellos que ni tienen memoria ni ganas de leer y conocer la historia, es preciso recordar que tal día como hoy hace setenta y cinco años, parte del ejército español siguió los delirios de grandeza de uno de sus militares de alto rango y se levantó en armas, no sólo contra un gobierno que fue elegido en urnas por la mayoría de la población española, sino contra un sistema democrático que el pueblo español había decidido adoptar unos años antes.
El fracasó de este golpe de estado avocó al país a una cruenta guerra civil que duraría cerca de tres años y sembraría de cadáveres los campos de toda España.
Fue la ayuda militar y monetaria de potencias fascistas, como Alemania e Italia, y de nobles familias españolas que vieron su privilegiado status peligrar con el surgimiento de la II República, lo que inclinó rapidamente la balanza del lado de los golpistas. Al mismo tiempo, el resto del continente miraba para otro lado y dejaba al gobierno republicano en clara inferioridad. Sólo la resistencia numantina de una gran parte de la población y la inoperancia de los militares alzados en armas, prolongó esta agonía durante esos casi tres años.
Así, el 1 de Abril de 1939 la guerra se dio por terminada y comenzó la salvaje represión hacia todo aquello que hubiera pertenecido al anterior régimen democrático, en un intento por borrar toda huella que sus escasos cinco años de existencia hubieran podido grabar en la historia de España.
Estos son los hechos, y todo aquel que los niegue o pretenda ocultarlos, miente y manipula la historia de este país.

lunes, 11 de julio de 2011

PATEADA EN LA SIERRA DE CAZORLA (2)

El día siguiente y después de dar buena cuenta del desayuno cargamos de nuevo nuestras mochilas y condujimos hasta el Centro de Interpretación de Torre del Vinagre, donde nos informaron acerca de la senda que teníamos pensado realizar ese día. Nada menos que doce kilómetros remontando el río Borosa hasta su nacimiento en Aguas Negras, donde se encuentra la laguna del mismo nombre y, a poco más de un kilómetro, la laguna de Valdeazores. La vuelta sería por el mismo camino, por lo que la distancia a la que nos enfrentábamos era de unos veinticinco kilómetros. Casi nada.

Los primeros kilómetros transcurrián sin apenas desnivel, las cristalinas aguas del río nos acompañaban y, de algún modo, nos refrescaban para así poder soportar mejor un sol que comenzaba a ascender y a hacerse notar.
Después de esta primera toma de contacto que discurría por una senda bien definida, el camino se adentraba en la Cerrada de Elías, donde caminamos sobre unas pasarelas de madera construidas junto a las paredes de roca entre las que se hundía el curso del río, y que nos suspendían unos metros por encima de su superficie, brindándonos a la vez que protección del sol, algunos de las estampas más bellas del día. Las paredes, en permanente umbría, se poblaban de multitud de plantas trepadoras y en sus numerosas hendiduras los Lagartos Ocelados aguardaban a que nuestros pasos se alejaran para salir y recibir así el calor de las primeras horas del mediodía.
















Una vez abandonados los riscos de la Cerrada, nos dirigimos hacía el último lugar donde nuestras piernas podrían tener un breve descanso, junto a una pequeña central hidroeléctrica en la que aprovechamos para aprovisionarnos de agua para afrontar la parte más dura de nuestra ruta. Serían aproximadamente cuatro kilometros de subida hasta el nacimiento del río, abandonando la protectora sombra que nos brindaba los cortados y caminando bajo un sol que, a estas horas ya avanzadas del día, se desplomaba plano sobre nuestras cabezas. Los últimos dos kilómetros fueron de ascensión a lo alto de la cuerda del cortado que se asomaba al río por nuestra izquierda. Su loma despejada, empedrada, ausente de toda vegetación, nos ofrecía toda su resistencia a que la ascendiéramos. Sin embargo, alzando la vista podíamos atisvar los que eran nuestro próximo objetivo, los túneles que recorrían el interior del monte canalizando el agua desde la presa de la laguna, esta visión nos insuflaba el ánimo necesario para afrontar la parte más dura del recorrido, ya que podíamos casi tocar su final. Estos túneles, en casi total oscuridad, suponían un agradable alivio porque refrescaban nuestro cuerpos recalentados por el sol y, sobre todo, porque el camino se tornaba llano en lo que sería el kilómetro y medio que nos separaba de Aguas negras.



Finalmente, y tras unas tres horas y media caminando llegamos al nacimiento del río, una serie de grietas en la roca por las que manaba el agua y que rapidamente adquirían velocidad hasta desembocar en la laguna de Aguas Negras, donde la presa frenaba su curso natural. Un kilómetro más arriba se encontraba la otra laguna, la de Valdeazores, donde dimos buena cuenta de nuestro almuerzo y tuvimos una media hora de descanso antes de emprender nuestro camino de regreso a la piscifactoria, ocho horas después de haber comenzado la ruta. Allí el coche nos aguardaba, listo para llevar nuestros cansados cuerpos de vuelta a la cabaña, donde nos esperaba una refrecante cerveza.


martes, 5 de julio de 2011

PATEADA EN LA SIERRA DE CAZORLA (1)

Salimos de Sevilla el 13 de Junio en cuanto aterrizó el avión que traía a Mireille de Madrid. Tras casi tres horas de viaje llegamos a la cabaña de Burunchel, donde pasaríamos las tres próximas noches. Y poco más, porque el resto del tiempo lo pasamos acumulando kilómetros en nuestras piernas y deliciosas vistas en nuestros ojos.
Tras descargar el coche, tomamos las mochilas y decidimos hacer una pequeña senda para estirar las piernas tras el viaje y tomar un primer contacto con la Sierra de Cazorla. Así nos dirigimos a La Cerrada de Utrero, un paseo de escasos tres kilómetros que discurre paralelo al río Guadalquivir para luego rodear una pequeña loma y regresar así al parking donde degustamos nuestras primeras cervezas. Algo que acabaría siendo una merecida costumbre tras cada una de nuestras rutas.
¿Veis la cascada del fondo?
El camino descendía hasta una garganta excabada por el río en lo que son sus primeros kilómetros de vida, el agua serpenteaba entre piedras que poblaban el lecho del río y las primeras pozas invitaban a sumergirse en ellas. Pero de todas ellas, la que más captó nuestra atención fue una que se encontraba al otro lado del río a los pies de una cascada que se precipitaba desde lo alto del cortado, formando una cortina de agua de unos cuarenta metros que lavaba la piedra y la pulía, dándole unos tonos que contrastaban con el resto de la roca.


Los primeros buitres leonados nos saludaron desde las alturas e incluso un ejemplar de águila real quiso darnos la bienvenida. Bandadas de lúganos salían a nuestro paso y las chovas piquirrojas se deslizaban por imaginarios toboganes dibujados en el el cielo que se mostraba despojado de nubes y pintado de un azul intenso.Ya llegando al coche, y tras escuchar un pequeño estruendo de pisadas y vegetación, pudimos ver unos ciervos y, sorpresa, un zorro, que acostumbrado al tránsito de humanos, apenas se apercibió de nuestra presencia.