lunes, 23 de junio de 2014

SÚBDITOS

La pasada semana los españoles asistimos a la entronización de un nuevo rey. En una ceremonia más propia de hace siglos, los diferentes estamentos del pueblo español fueron desfilando por delante del nuevo monarca rindiendo pleitesia y obediencia su persona y a la institución que representa. 
Fue en las cortes, delante de aquelllos a quienes los españoles sí hemos elegido como representantes, donde ofreció el primer discurso de su reinado.
De este discurso me quedo con la cita que pronunció de El Quijote: "No es un hombre más que otro, si no hace más que otro".
Una cita que dejó casi como despedida, pero que suena a cachondeo viniendo precisamente de él, que es lo que es por ser quién es y sin haber hecho mérito alguno para serlo.
La monarquía, una reminiscencia de tiempos pasados, es contraría a toda democracia liberal, la cual tiene como base la igualdad de todos los ciudadanos; algo que el nuevo monarca ha dejado claro que no es así para los españoles, súbditos de un rey que no eligieron, con una jefatura de estado en manos de una monarquía impuesta por un dictador golpista, y a quienes treinta y nueve años después aún nadie nos ha preguntado si es esta monarquía parlamentaria el modelo de gobierno que queremos.
En fin, que Alonso Quijano erró en su alocución, pues sí hay hombres que son más que otros sin haber tenido mérito alguno. Los demás, súbditos.

domingo, 30 de marzo de 2014

1 (uno)

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Busco, rebusco y reencontrado me encuentro. Entrelazado, recontando reencuentros de mi
recordado recuerdo que un día olvidé.

¿Empecé a fumar porque escribo? O quizás escribo porque el humo del tabaco genera una melancolía
que pone palabras en mi cabeza necesitadas de ser plasmadas en un papel. Quizás es la soledad frente a
la pantalla y el golpeo seco de las teclas lo que me anima a levantarme y encender un cigarro mientras
pierdo la mirada en el infinito buscando qué contar en mi vuelta a la silla, qué enlazar con esa última
frase que me implora una continuación para no quedar vacía y carente de sentido. El caso es que
ambas cosas sucedieron al mismo tiempo. Y en estas me encuentro, consumiendo nicotina y sacando
ideas de mi cabeza en la soledad de mi habitación de hotel.
Justo cuando volvía a posar mi trasero en la silla frente al portátil sonó el teléfono, quedando así,
huérfana y desatendida en su suplicatorio, aquella última frase que imploraba compañía que completar
su existencia.
Descolgué y una voz de mujer me pregunta en un inglés de marcado acento centroeuropeo si todo
estaba correcto en el servicio de habitaciones que había solicitado hace un par de horas.
- Sí, ningún problema, todo en orden – contesté.
- Muchas gracias Sr. Ramallo, que tenga un buen día.
- Gracias, lo mismo para usted.
Una vez colgado el teléfono vuelvo a reencontrarme con el silencio, un silencio que únicamente
acompaña el tenue sonido que se filtra por los escasos dos centímetros que la ventana me permite
abrirla para que un poco de aire limpio renueve el que, viciado por mi transpiración y el humo del
tabaco, escapa por esa ínfima rendija que me conecta con el exterior. Un leve sonido que proviene de
la avenida que se extiende unos 60 metros bajo mis píe, y que parece más un rumor de agua y viento
en mi cara que el ir y venir de cientos de coches y personas.
La verdad es que la comida por la que preguntaba mi interlocutora al otro lado de la línea, un club
sándwich para mayor descripción de en qué consistió mi almuerzo, fue bastante decente; pero el café
era terrible, sin cuerpo, sin aroma, era agua manchada. Así que luego me tomaré un expreso abajo, en
la cafetería, para no quedarme con el sabor de este en mi boca.
Necesito un cigarro...
Esta noche vuelvo a casa, posiblemente pase por el bar de Damián a tomarme un vino y comer algo.
Allí siempre encuentro alguien con quien compartir una copa y un rato de charla, lo que me evita la
sensación de cambiar mi habitación de hotel por el salón de mi casa. También podría abrir una botella
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que compré el otro día y degustar una cena casera, creo que aún quedan berenjenas y algo de carne
picada, y una copa de buen vino; pero esta noche prefiero la compañía que me ofrece el bar.
Últimamente no me apetecen demasiado esas cenas de mantel unitario delante de la televisión. Estos
días la soledad no es algo que busque, prefiero pasar mi tiempo rodeado de gente y no pensar tanto...
- ¡Joder, otra vez el puto teléfono! Será mejor será que lo coja…
- ¿Si?
- Sr. Ramallo - la misma voz de mujer -, le llamamos para recordarle que a las 17:50 usted deja su
habitación, ¿desea que su equipaje le sea retirado por nuestro personal?
- Sí, claro; como 10 minutos antes sería perfecto.
- Muy bien, a las 17:40 entonces. Gracias Sr. Ramallo.
- A usted, chao.
¿Por dónde estaba? Da igual, estas interrupciones telefónicas te cortan el hilo constantemente. Es algo
que me jode profundamente. Estás en mitad de la tarde, tirado en el sofá, escuchando música o bien
leyendo ese libro que tienes en la mesa del salón esperándote para esos momentos, con la página
cuidadosamente doblada indicándote allí donde interrumpiste, ¡o te interrumpieron!, la lectura la
última vez; y de repente suena el teléfono. De primeras te extraña, porque la gente suele llamar al
móvil, pero bueno, hay que averiguar quién es. Entonces descuelgas el teléfono y una voz muy
educada al otro lado pregunta por el titular de la línea. Te juro que la mayoría de las veces me dan
ganas de responder que no se encuentra en casa, pero casi siempre apechugo y doy la cara. Y entonces
empiezan a ofrecerme los últimos servicios en telefonía con ADSL, tarifa plana en llamadas,
tropecientos mil canales de televisión y un inalámbrico de regalo, y todo por supuesto sin ningún coste
adicional. ¡Pero qué coño! Ya sé que puedo cambiar mi operador de telefonía, y conozco todas y cada
una de las operadoras que bombardean la prensa con sus ofertas; pero por favor, dejad de bombardear
mi casa con llamadas. Si yo quiero cambiar algo, ya moveré el culo para hacerlo.
Por lo menos, cuando te venían a visitar de no sé qué iglesia para ofrecerte la salvación de tu alma
daban la cara, les veías por la mirilla con sus trajes y los libros bajo el brazo y la mayoría de las veces
ni les abrías. Pero con estos del teléfono eso no funciona.
- Oye mira, es que me pillas un poco liado y no puedo atenderte ahora.
- No se preocupe Sr., uno de nuestros operadores volverá a ponerse en contacto con usted. Gracias y
que tenga un buen día.
Y los cabrones cuelgan, sin ni siquiera darte la oportunidad de decir que no, que no te llamen…Y
joder, vuelven a llamar, créeme.
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En fin, aun queda un ratillo para salir de aquí. Esta mañana bajé a dar una vuelta por la ciudad para
abrir el apetito. No fue un gran paseo, pero tampoco Frankfurt es una gran ciudad, pero estiré las
piernas y el paseo cumplió su función, ya que volví con un hambre canina. Me hubiera gustado haber
ido un rato al gimnasio, pero a la hora que abrí el ojo era ya demasiado tarde para tantas actividades,
así que me decidí por el paseo.
Anoche coincidí con Darío y quedamos para cenar algo y echar unos billares mientras degustábamos
unas cervezas. Entre bolas y birras nos dieron las 3 de la mañana. Yo la verdad que no estaba muy
hablador anoche, pero al cabrón parece que le habían dado cuerda, y encima las birras le hacían más y
más locuaz. Al final acabamos hablando de esos dos grandes temas sobre los que giran muchas de
nuestras conversaciones: sexo y mujeres. Yo, como ya he contado no estaba muy hablador, pero la
verdad es que el tío tiene gracia contando las cosas, así que le di un poco de carrete y si le llego a dar
un poco más me acaba contando todas y cada una de sus aventuras, con nombres y todo. Así que nos
pegamos unas cuantas risas a la salud de sus conquistas.
Al billar ganó él, pero eso era sólo la excusa para tomarnos las cervezas y echarnos unos pitis.
Y ahora que vuelvo a mencionar el tabaco, quizás fume porque me está bullendo constantemente el
cerebro y cuando agarro el cigarro y le doy unas caladas todo es calma por un rato. Puede que sea esa
necesidad de dar un respiro a mi cabeza la que me impulsa a fumar, ese momento en el que notas como
tu tensión se desploma y nada ocupa tu cabeza por unos instantes. Es como si te fumas un porro para
evadirte de la realidad por unos instantes, pero sin los efectos secundarios acerca de la certeza
metafísica que envuelve el porqué del cosmos, ni el halo de energía que rodea el ser personal de la
realidad humana...
Vamos, que sin rallarse.
Bueno, me enciendo un piti y llamo a Jota, a ver si se anima a dar una vuelta esta noche.
- ¿Qué hay tú?
- Hey, ¿Por dónde andas?
- Nada, aquí pasando el rato en Frankfurt. ¿Y tú qué?
- Pues aquí en casa liado con la play y repartiendo ostias. ¿Llegas hoy no?
- Sí, a eso de las diez y media espero estar en casa, ¿nos tomamos algo?
- Fijo, dame un toque cuando llegues.
- Había pensado ir a tomar unos vinitos donde Damián, hace tiempo que no le veo y seguro que algo se
estira. Calcula estar allí sobre las 11.
- Vale, a las 11 allí entonces. ¿Cómo vas?
- Bueno, voy, no sé; ya sabes, el caso es comerse la olla. Cuando sí porque sí, cuando no porque no, y
cuando sí pero no porque no pero sí...
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- Ya tío, pfff, en fin, luego me cuentas.
- Sí, dame un par de vinos y tira un poco del hilo que acabamos desayunando bollitos otra vez.
- Ja, ja...mmmm....bollitos, suena bien,
- Anda enfermo, ja ja ja, hasta luego.
- Agur.
Quizás todo lo de antes sólo sean gilipolleces, y en el fondo fumo y escribo porque no quiero pensar en
ella (al final lo he tenido que decir). Y así entre unas cosas y otras el tiempo se pasa y llega otro día y
otro y otro; y llegará cuando ya nadie me pregunte por toda esta mierda. En fin, va siendo hora de
ducharme que todavía llego tarde y quisiera tomarme ese café antes de que me recojan.
Después de una hora de autobús y dos y media de vuelo por fin llego al coche. La verdad es que el día
de hoy ha sido bastante suave, lo que compensa el palizón que me metí ayer para llegar a Frankfurt; así
que estoy bastante fresco y listo para tomarme esos vinos. Nada más encender el móvil me saltan un
par de mensajes, una llamada de Jota y un mensaje suyo diciéndome que me espera en el bar con
Jaime, que me dé prisa. Pero ninguno de ellos es lo que realmente esperaba que me recibiera a mi
vuelta a Madrid. Así que una hora después llego al bar de Damián.
- Buenas, ¿qué pasa Jaime? Cuánto tiempo.
- Hey Adri. Damián, ponle un vinito al niño que seguro que nos llega con sed. Qué pasa tío, ¿qué te
cuentas?
- No mucho la verdad, sigo con mis historias y todo eso, pero con calma. No hay más huevos. ¿Y tú
qué? ¿Dónde te has metido?
- El curro, que no me deja un respiro, hemos tenido que presentar un proyecto que nos ha tenido a todo
el departamento haciendo horas extras día sí y día también.
- Religiosamente pagadas - salta Jota -, por supuesto.
- Sí claro, religiosamente pagadas, tan religiosamente que entra en lo místico, y ahí el valor de las
cosas materiales es algo tan banal, que claro, no te vas a poner a pedir algo tan nimio y vulgar como es
el dinero.
- Estoy de acuerdo, me guardo la frase para cuando el banco me reclame algún pago atrasado, no te
jode. Y confiemos en su carácter apostólico y romano que seguro que hacen la vista gorda.
- Seguro. Amén hermano.
- Amén.
Y de esta forma tan secular santificamos con vino unos canapés que en cuestión de segundos
limpiamos del plato frente a nosotros.
- ¿Cuándo curras de nuevo? – me preguntó Jota.
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- Pasado, con un madrugón del copón, así que mañana no contéis conmigo. Tú tienes un par de días
¿no?
- Sí, hasta el viernes. Otra vez con la maleta a cuestas. Ya lo echaba de menos después de las
vacaciones. De todas formas el sábado estoy de vuelta, sólo estaré fuera una noche.
- Fijo que sí - interrumpió Jaime. Anda cabrones, que curráis menos que el Papa. Voy a mearla.
- ¿Si necesitas ayuda para encontrarla avisas eh?
- Claro cariño, si me quieres echar una mano.
- No gracias, prefiero echarla a la botella, que seguro me resultará más gratificante. Anda Damián,
acércamela que me pongo otro de estos. Y otra a Adrián que va rezagado.
- Sí, y ponme un pinchito anda, que estos no me han dejado ni cenar; de esos de paté y mermelada.
- ¿Cómo van tus comeduras de tarro? – me pregunta Jota.
- Pues ahí siguen tío. - me enciendo un cigarro – A veces parece que es simplemente un mal sueño, que
nada de esto está ocurriendo de verdad, que mañana llamará y todo será como era hasta hace un par de
semanas. Pero ese mañana no llega, y supongo que no se puede dormir tanto.
- Pues ya va siendo hora de que despiertes y te pongas las pilas.
- No, si la teoría me la sé de puta madre. ¿Te acuerdas hace un año cuando tú andabas jodido por lo de
Raquel y era yo el que estaba ahí sentado diciendo estas mismas palabras? Pues eso, que la teoría está
dominada, pero cuando eres tú quien tiene que ponerla en práctica, joder, todo cambia.
De repente Jaime irrumpe con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿A que no sabéis quién está ahí abajo? ¿Os acordáis de las pibas esas con las que estuvimos jugando
al trivial hace un par de semanas? ¿Cómo se llamaban?
- ¿Laura y María? ¿Las de los bollitos?
- Esas, esas. Y ellas se acuerdan perfectamente de nosotros tío. Vamos, que me han preguntado que
dónde había dejado a mis colegas. Les he dicho que estabais aquí arriba y ahora en un rato suben.
- Joder tío, no se te puede dejar solo un momento. No podemos tomarnos las copas sin más, con
nuestras historias y punto.
- Ya está este con sus chorradas. A ver tronco, son dos pibas, están muy buenas y se quedaron con
nosotros el otro día. Habrá que hacerlas algo de caso ¿no?
- Que sí tío, pero que no me hace mucho, estoy con mis cosas y me hacía tomarme algo con vosotros
sin más.
- Pues nos las dejas a Jota y a mí que, ya nos encargamos, pero no te pongas en plan autista, tú dales
algo de carrete. Mira, ahí vienen.
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La verdad es que están buenísimas. Laura tiene un indefinido color de pelo entre el rubio y el pelirrojo,
los ojos verdes y un cuerpo de escándalo. Además la cabrona bien que lo sabe, porque hoy, al igual
que el otro día, viene con un top ajustado que deja ver un piercing rodeado de diminutos lunares en el
ombligo. Encima lleva puestos unos piratas de cintura hiper-baja que te hace pensar hasta dónde apura
con la depilación. María tampoco le va a la zaga, es un poco más discreta, morena, con el pelo largo y un flequillo que le cubre la frente. Tiene un cuello perfecto y unos enormes ojos negros que te atraviesan cuando habla contigo. No lleva nada de maquillaje, o si lo lleva no se nota. De primeras posiblemente te llame Laura más la atención, que es un pibón, pero la verdad es que María está buenísima. A mí me parece que está muchomás buena.
El otro día cuando las conocimos y después de echarnos unas cuantas partidas de trivial en la máquina,
comenzamos a hablar de política. Laura, María y yo, formamos coalición contra Jota y Jaime, y por
momentos la conversación alcanzó temperatura, ya que yo cada vez veía la vena del cuello de Jota más
y más hinchada. Y menos mal que Damián andaba a lo suyo, porque si le da por entrar, entre estos tres
se animan y sacan los tanques en un momento. Pues bien, después de un buen rato y alguna voz más
alta que otra, llegamos a la conclusión que esa noche no arreglaríamos el país, así que dejamos de
hacerles el trabajo a los políticos para que tuvieran en que currar y nos volvimos los cinco a la
máquina de trivial. Y ahí estuvimos hasta que, ya pasadas las 7 de la mañana, Laura sugirió ir a
desayunar unos cafés y unos bollos en la cafetería de al lado para acabar la noche. Y hasta hoy. Jaime
les pidió el teléfono, pero creo que no les llegó a llamar.
- Hola chicos, ¿qué, haciendo hambre para las napolitanas de chocolate? - dijo Laura.
- Bien que lo sabes tú, ¿os tomáis un vino no? Damián, ponnos otros tres, y a Laura y María ponles,
¿qué estabais bebiendo?
- Deja la botella Damián, que nosotras nos encargamos. Hola Adrián ¿dónde te has dejado la sonrisa?
– me pregunta María.
- Nada, que he llegado de currar hoy y estoy un poco cansado. ¿Y tú qué tal? ¿Has empezado a quitar
el polvo a los pinceles o siguen guardados?
María es pintora, artista como ella dice, pero lo que de verdad le gusta es la pintura. Trabaja en una
empresa de decoración donde intenta dar rienda suelta a su imaginación, pero la mayoría de las veces
tiene que tirar por el conservadurismo. Lleva años sin coger los pinceles, su antiguo novio le jodió bien
en ese sentido. El cabronazo no paró hasta conseguir que ella dejara de pintar y se sintiera como una
mierda, llegó a odiar la pintura. Cada dos por tres la decía que perdía el tiempo con “esa mierda”, que
nunca llegaría a ningún lado con sus colorines, como el hijo de puta se refería a los cuadros que María
pintaba. Así que empezó a trabajar de secretaria y dejo los colores en un rincón. Y conforme ella se
hacía más y más pequeña y su vida más y más gris y vacía, el capullo se crecía. Al final, después de casi tres años ella le dejó, y lo primero que hizo fue cambiar de curro, pero lo de pintar supongo que
aun la llevará un tiempo.
- Ahí siguen, pero de vez en cuando les miro de reojo, ja ja. ¿Quién sabe? Bueno, ¿nos jugamos unas
partidas al trivial?
- Ya estoy echando la moneda, espero que hayáis traído pasta, porque hoy no perdonamos ni una- dijo
Jota dirigiéndose hacia la máquina.
- Sí, la vida nos perdonasteis. Doy las gracias a la sabia providencia por hacer aparecer en nuestras
vidas a hombres tan caballerosos con dos inocentes damas, no te jode. Anda Meri, vamos a enseñar a
estos un par de cosas.
- ¿Ah si?- salta Jaime. Mmmm, lo estoy deseando.
- En tus sueños chaval, ¡keep on dreaming! Ja ja. Anda, dame un cigarro y deja de babosear que estás
ensuciando el suelo y Damián se va a mosquear.
Y otra noche más, aquí estamos, juntando quesitos y echando monedas en la máquina mientras
Damián se encarga de que no nos falte de nada.
Jaime le tira un par de veces los trastos a Laura sin ningún pudor, pero la niña tiene tablas y con un par
de capotazos evita cualquier tensión; y todo con una sonrisa angelical que hace imposible pensar en el
hecho de que te acaban de otorgar un par de calabazas como la ruperta. De todas formas yo creo que sí
que hay tema, pero ella se lo quiere poner difícil para que el colega se lo curre un poco.
Los bollitos los dejamos para otro día y esta vez los cinco nos dimos los teléfonos y quedamos en
hablar para salir el sábado a pegarnos unos bailes.
Ahora son las tres y media y estoy echándome un cigarrito en la terraza. Hace no mucho este era el
único sitio donde fumaba de vez en cuando, pero últimamente parece más una especie de ritual
siempre que llego a casa por la noche. Me cambio, salgo por la puerta de la cocina y me enciendo el
piti mientras pierdo la mirada en un cielo sin estrellas que cubre las noches de Madrid. Lleva tiempo
sin llover y supongo que la capa de mierda suspendida en la atmósfera permite sólo el leve tintineo de
unas pocas, pero no en la pequeña parcela de cielo que se ve desde aquí, donde no se alcanza a ver
ninguna, si es que realmente lucen lo suficiente para quebrar la polución.
No pienso en nada concreto, simplemente dejo mi mente perdida mientras escruto el cielo como si
buscara algo, mientras escucho el crepitar del cigarro consumiéndose entre mis dedos. ¿Habéis visto
“Corazón Salvaje” de David Lynch? Es la imagen que siempre recuerdo de esa película. El crepitar de
cada cigarro que se encienden.
Me pregunto qué estará haciendo ahora, y obviamente no estoy hablando de David Lynch. ¿Cuánto
hace que se fue? ¿Dos semanas? Parece que han sido dos jodidos meses.
- ¿Por qué? – y mi pregunta, formulada en voz alta, queda sin respuesta en el silencio de la noche.
¿Por qué?, ¿cómo es posible que un día todo estuviera lleno de magia y al siguiente una llamada
congela tu cuerpo entero y mete en la nevera dos años? No lo entiendo, no consigo que me entre en la
cabeza. O bien estaba ahí delante de mis narices y yo no me enteraba, o...
¡Que tienes que pensar si quieres seguir adelante con lo nuestro!, ¡que no estás segura de que tengamos
futuro como pareja! “Mira cariño, esta mañana me he levantado y según me preparaba la tostada del
desayuno me he preguntado si quería mermelada o prefería dejarte, y he elegido lo segundo. ¿Te
parece que me dé un tiempo para pensarlo bien?
- “Necesito tiempo sola” - , me dijo. Y otra vez puedo escuchar mis palabras resonando entre las
paredes de la terraza.
Esto ha tenido que venir de lejos, no puede salir así, de un día para otro. Pero, joder, si todo estaba de
puta madre. Mañana la llamo. He aguantado dos semanas pero mañana le llamo. Necesito respuestas
porque no entiendo una mierda. Lo único que sé de ella en este tiempo es que ha venido por aquí,
aprovechando que estaba trabajando, para llevarse algunas cosas, entre ellas, por cierto, una máscara
que yo compré en la feria de arte africano, pero no voy a entrar en eso ahora. Espero que vuelvan las
dos, la máscara y ella. O por mí, como si regala la máscara. Pero que ella vuelva.
Apago el segundo cigarro y vuelvo al interior de la casa.
- Mañana la llamo, fijo.