jueves, 25 de agosto de 2011

EN DEFENSA DE NUESTRA DEMOCRACIA

No nos volvamos locos con esta corriente, tan actual en estos días, de cuestionar el sistema continuamente. El sistema ha fallado, falla y fallará con total seguridad. Aún así, una democracia representativa, en la que el pueblo mediante sufragio universal elige a sus representantes en Cortes, es y será siempre el mejor sistema para gobernar comunidades formadas por millones de ciudadanos. Quizás en pequeñas comunidades un sistema de democracia directa y participativa sería viable, pero su éxito es inversamente proporcional al aumento de la población participante.
El sistema no es perfecto porque las personas, que son quienes lo integran; y aquí incluyo no sólo a los representantes, sino también a los representados; tampoco lo son. Pero hay que procurar que sea lo más justo para cada una de esas personas. Es ahí donde está la verdadera participación, desde dentro del sistema, siendo conscientes que todos y cada uno de nosotros podemos participar de él activamente, ya sea a nivel local, autonómico o nacional. Sólo así tendremos una democracia, sino perfecta, sí de mejor salud.
La reforma constitucional, que está tan en boca de todos en estos días, está contemplada en la constitución. Al ser una reforma parcial, que no afecta a aquellos títulos especialmente sensibles; que son el Título Preliminar: valores y principios fundamentales del sistema político, el Título I Sección Primera: derechos fundamentales y libertades públicas, y el Título II: la corona; puede ser propuesta y, posteriormente, ser aprobada por tres quintas partes de ambas cámaras. Sólo en el caso de que una décima parte de los diputados lo solicitaran, sería necesario el refrendo de los ciudadanos.
En una democracia representativa y parlamentaria, como la nuestra, votamos quienes serán nuestros representantes en el parlamento. A ellos les otorgamos la confianza de, primero, elegir al presidente del gobierno, y, seguidamente, legislar en nuestro nombre durante lós próximos cuatro años. Y si en el tiempo que dura la legislatura ni nos gustan, ni nos convencen sus acciones, tenemos nuestro voto para crear mayorías diferentes que, quizás, sí respondan más a nuestros deseos y expectativas acerca de la política.
Por tanto, no es hora de levantar la voz porque se vaya a reformar la constitución para evitar el déficit y que se gaste por encima de lo que se tiene, algo que, por otra parte, es fundamental en toda economía doméstica. Y, si no queremos ser esclavos de aquellos que nos los prestan, se me antoja hasta lógico y necesario. Habrá que levantar la voz para que ese dinero no sea detraido de servicios públicos esenciales, para que aumente la progresividad en los impuestos directos, para que los que más tienen y más se benefician de la economía de mercado, más aporten a las finanzas públicas.
Se hace necesario levantar la voz para que la constitución; encorsetada y excesivamente ambigua en temas especialmente sensibles, redactada  en su momento para no dejar a nadie descontento, aún a pesar de no contentar tampoco a nadie, que se muestra en gran parte obsoleta y heredera de otros tiempos; se enfrente a una revisión a fondo de la que participen todas las fuerzas políticas del país y todos y cada uno de los ciudadanos que lo componen.
La transición es agua pasada, y ya es hora de afrontar aquello que en su momento se dejó de lado en pro de la concordia.

martes, 2 de agosto de 2011

¿PERO QUIÉN COJONES SON LOS MERCADOS?

Uno intenta regirse por un civismo que hace que esta sociedad, de algún modo funcione. Para ello respeta las leyes, paga sus impuestos y participa de la democracia depositando su voto en las urnas con el fin de elegir quienes serán sus representantes en las cortes, confiando en que las políticas que lleven a cabo nos conduzcan hacia una sociedad más justa, en la que todos tengamos los mismos derechos y nuestras necesidades más esenciales sean cubiertas.
Pero resulta que todas esas políticas dependen de un nombre tan genérico como es la palabra "mercados", en plural, para aún mayor indefinición del término. Cuando Adam Smith habló de la mano invisible, como el instrumento por el que la economía se autorregula, nunca se imaginó hasta dónde iban a llegar sus afirmaciones. Esa mano invisible, inmisericorde y profundamente egoísta e insaciable, tiene actualmente secuestrada la democracia en todo el mundo. Tus votos no valen, no cuentan, porque el gobierno electo tendrá que actuar de acuerdo a las pautas que estos mercados le marquen, bajo amenaza de hundirle aún más la ya maltrecha economía.
Las agencias de rating, podríamos decir, que son sus portavoces oficiales, y son las que se encargan de transmitir sus designios a los distintos gobiernos, los cuales, tal y como estamos viendo, no dudan en acatar sus órdenes en lugar de plantarles cara y posicionarse del lado de los ciudadanos que les han votado.
No sabemos quienes son, aunque lo que sí sabemos es que cuando la tormenta pase, los dueños de estas manos invisibles habrán salido beneficiados, tanto por la riqueza que están acumulando durante este tiempo como por las reformas que se habrán ejecutado y perdurarán, permitiéndoles seguir acaparando riqueza y haciendo un mundo mejor para sólo unos pocos.
Para esos pocos que no sabemos - aunque lo intuimos - quién cojones son.