domingo, 19 de febrero de 2012

PORQUE NO LO VAMOS A CONSENTIR

Son ya casi dos años de continuos sacrificios por parte de los ciudadanos europeos, y casi cuatro desde que la crisis tomó cuerpo. Una crisis provocada por los desmanes económicos, plenamente intencionados, como ya explicaremos, de aquellos que se suponía velaban por el correcto funcionamiento de la economía, y cuyas consecuencias estamos pagando todos los demás.
La pregunta que cabe hacerse es: ¿estamos hoy mejor que hace dos años? La respuesta es clara y contundente: No.
¿Qué ha ocurrido entonces en estos últimos años? Cantidades ingentes de dinero se han inyectado a la banca para evitar sus problemas de liquidez, unos problemas causados por su descontrolada política de créditos y la nula supervisión que sus operaciones han tenido por parte estatal. La idea consistía en que el crédito volviera a fluir. Con este aumento del dinero en circulación se pretendía, mayormente, incentivar de nuevo el consumo, cuya caída disminuye los beneficios empresariales y supone el principal freno a la economía. Sin embargo ese dinero nunca retornó a los ciudadanos, sino que ha sido empleado por la banca para tapar sus malas operaciones y especular en el mercado de deuda.
Estos dos hechos: inexistencia de crédito y caída de beneficios empresariales, constituyen el terreno perfecto para que se desarrollen las políticas de ajuste económico en las que nos vemos inmersos en la actualidad.
Unas políticas encaminadas hacia la acumulación de poder por parte de aquellos que poseen el dinero. Se vuelve de algún modo al viejo (aunque perfectamente actual) sistema de clases, una desigual distribución de la sociedad que en Europa se consiguió paliar con las políticas sociales de la segunda mitad de siglo XX.
Fueron precisamente estas desigualdades y el descontrol del incipiente capitalismo en los albores del siglo anterior, uno de los principales factores que provocaron el auge del fascismo y su ascenso al poder, lo que desembocó en la cruenta segunda guerra mundial. Al finalizar la contienda, se ahondó en políticas que fomentaran la igualdad de oportunidades, que aumentaran el control gubernamental sobre el mercado, que regularan las relaciones empresario-empleado, y que facilitaran el acceso a unos mínimos niveles de vida y de servicios esenciales a todo ciudadano, lo que se conoció como estado del bienestar. Todo ello con la intención de que errores pasados no volvieran a producirse. Aunque parece que no aprendemos de ellos.
Ya con la crisis de los setenta se justificó el descenso en este tipo de políticas, un descenso que sería aún más acusado a principios de los ochenta, cuando una nueva crisis golpeó la economía mundial. La crisis se convirtió por tanto en un instrumento para reducir las políticas sociales y fabricar un mundo en el que unos pocos tuvieran al resto bajo su absoluto control, un mundo a medida de aquellos que acaparan la riqueza.
Fue en la década de los noventa cuando se inició la estrategia que nos ha traido al momento actual; si pequeñas crisis motivaban pequeños ajustes, entonces, si se creaba una gran crisis, los ajustes serían más drásticos y más inmediatos. Durante toda la década y parte de principios de la siguiente, se infló descaradamente la economía, el dinero fluyó como nunca antes, el consumo se multiplicó y los créditos poco menos que se regalaban. Y fue hace escasamente cuatro años cuando se decidió que era el momento de cobrarse el trofeo. Ya no hablaremos más de ajustes, porque a lo que asistimos es a un cambio total del modelo social, a una destrucción de ese estado del bienestar que tanto costó crear.
La pregunta que tenemos que hacernos es si lo vamos a consentir, si vamos a permitir llegar a un punto, lamentablemente ya conocido, en que la polarización de la sociedad sea tal que la violencia se convierta en el único recurso para recuperar lo perdido. La respuesta a estas preguntas estará en la calle, ahí es donde todos los que ni queremos ni creemos en este sistema deberemos estar cuantas veces y durante el tiempo que sea necesario para gritar bien alto y fuerte que no lo permitiremos.

1 comentario:

David Martín dijo...

Hola Luiso,

Creo que las crisis son herramientas de control a través del miedo a perder lo que tenemos. Tu y yo lo estamos viviendo en primera persona en nuestro mundo. Oienso también que esta farsa está a punto de estallar, que la gente se está hartando de verdad, y vamos a ser testigos de un cambio, una revolución que está empezando en las calles. Yo quiero ser partícipe de esta revolución, quiero un mundo mejor para mí, pero sobre todo para mi hija.

Muy buen blog, pequeño talibán, necesitamos gente como tu, que sepa pensar y expresar las ideas que muchos tenemos en la cabeza, y que, o no podemos, o no sabemos, o no nos atrevemos.

Un abrazo