sábado, 4 de octubre de 2008

Esta semana el tribunal supremo ha dictado sentencia acerca de la denuncia impuesta contra la conferencia episcopal por su negativa a eliminar de sus archivos a aquellas personas que plenamente conscientes de nuestros actos hemos decidido no seguir inscritos en sus registros.
Lamentablemente el tribunal ha decidido aceptar las excusas de la iglesia acerca de la complejidad que supondría buscar en las parroquias las fichas bautismales y ha determinado que no tiene obligación de eliminar por tanto esos registros.
La iglesia, en un nuevo paso en su sectarismo, pretende ignorar la voluntad de miles de personas. Miles de personas que no quieren seguir formando parte de aquello donde fueron inscritos cuando apenas tenían unos meses de vida. Miles de personas que quieren cortar toda unión con una jerarquía retrógada y trasnochada más preocupada de mantener su poder y su status que del bienestar de aquellos seres humanos sobre los que predica una amor incondicional que hace mucho tiempo dejó en el olvido. Miles de personas a quienes se aferra como meras cifras y a las que no piensa renunciar.
Por si esto no fuera suficiente, la conferencia episcopal también lleva tiempo negándose a facilitar los registros de aquellos niños que fueron depositados en sus instituciones en los años posteriores a la guerra civil por sus padres biológicos y fueron posteriormente dados en adopción. Negando a estas personas la posibilidad de conocer sus orígenes.
Ante todas estas patadas a la libertad de pensamiento y asociación del ser humano, ante todas estas actuaciones anquilosadas en unos tiempos de imposiciones sociales, no me queda más que gritar aún más alto:

¡ESTADO LAICO YA!

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