Los primeros kilómetros transcurrián sin apenas desnivel, las cristalinas aguas del río nos acompañaban y, de algún modo, nos refrescaban para así poder soportar mejor un sol que comenzaba a ascender y a hacerse notar.
Después de esta primera toma de contacto que discurría por una senda bien definida, el camino se adentraba en la Cerrada de Elías, donde caminamos sobre unas pasarelas de madera construidas junto a las paredes de roca entre las que se hundía el curso del río, y que nos suspendían unos metros por encima de su superficie, brindándonos a la vez que protección del sol, algunos de las estampas más bellas del día. Las paredes, en permanente umbría, se poblaban de multitud de plantas trepadoras y en sus numerosas hendiduras los Lagartos Ocelados aguardaban a que nuestros pasos se alejaran para salir y recibir así el calor de las primeras horas del mediodía.
Una vez abandonados los riscos de la Cerrada, nos dirigimos hacía el último lugar donde nuestras piernas podrían tener un breve descanso, junto a una pequeña central hidroeléctrica en la que aprovechamos para aprovisionarnos de agua para afrontar la parte más dura de nuestra ruta. Serían aproximadamente cuatro kilometros de subida hasta el nacimiento del río, abandonando la protectora sombra que nos brindaba los cortados y caminando bajo un sol que, a estas horas ya avanzadas del día, se desplomaba plano sobre nuestras cabezas. Los últimos dos kilómetros fueron de ascensión a lo alto de la cuerda del cortado que se asomaba al río por nuestra izquierda. Su loma despejada, empedrada, ausente de toda vegetación, nos ofrecía toda su resistencia a que la ascendiéramos. Sin embargo, alzando la vista podíamos atisvar los que eran nuestro próximo objetivo, los túneles que recorrían el interior del monte canalizando el agua desde la presa de la laguna, esta visión nos insuflaba el ánimo necesario para afrontar la parte más dura del recorrido, ya que podíamos casi tocar su final. Estos túneles, en casi total oscuridad, suponían un agradable alivio porque refrescaban nuestro cuerpos recalentados por el sol y, sobre todo, porque el camino se tornaba llano en lo que sería el kilómetro y medio que nos separaba de Aguas negras.
Finalmente, y tras unas tres horas y media caminando llegamos al nacimiento del río, una serie de grietas en la roca por las que manaba el agua y que rapidamente adquirían velocidad hasta desembocar en la laguna de Aguas Negras, donde la presa frenaba su curso natural. Un kilómetro más arriba se encontraba la otra laguna, la de Valdeazores, donde dimos buena cuenta de nuestro almuerzo y tuvimos una media hora de descanso antes de emprender nuestro camino de regreso a la piscifactoria, ocho horas después de haber comenzado la ruta. Allí el coche nos aguardaba, listo para llevar nuestros cansados cuerpos de vuelta a la cabaña, donde nos esperaba una refrecante cerveza.
2 comentarios:
Muy chulas las fotos y muy bien acompañadas de un texto que parece salido de una guía, deberías de hacer un libro contando tus peripecias...jeje
Un abrazo.
Qué envidia me da tu viaje y contacto con esos paisajes tan hermosos...
¿Te sacaste la loteria? Jejeje
Saludos Luiso
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